En las postrimerías del siglo pasado, el senador Beveridge de los Estados Unidos expresaba con claridad las ambiciones expansionistas de su país, al declarar… “el comercio del mundo ha de ser y será nuestro…; con nuestra marina mercante abarcaremos el mundo. Hemos de construir una flota de guerra que corresponda a nuestra grandeza… nuestras instituciones volarán tras de nuestros negocios. Una ley norteamericana, una civilización norteamericana y una bandera norteamericana serán llevadas a tierras hasta ahora ensangrentadas y tenebrosas, que entonces serán iluminadas y embellecidas por esas instituciones de Dios”.