Los pillos, capitanes del progreso

Según la teoría pirata del desarrollo, el progreso depende del esfuerzo y visión de promotores audaces, enérgicos y decididos. Y si son faltos de escrúpulos, tanto mejor.

Cuando se juzgan los hechos que han caracterizado el desarrollo de los monopolios y de las grandes fortunas de los países capitalistas, se está tentado a considerar que se conforman a lo que podría llamarse la teoría pirata del desarrollo. Y de hecho tal teoría, aunque no se ha presentado en forma de un cuerpo de doctrina socio-económica, ha sido expuesta en juicios que han tenido y tienen amplia difusión, y no pocos adeptos.

La teoría pirata del desarrollo considera que el progreso responde esencialmente al empuje de hombres decididos, audaces, enérgicos, aventureros y hasta pillos. Los despojos, fraudes, atropellos, actos ilegales, etc., etc., vienen a ser así, el precio que la sociedad tiene que pagar por “el espíritu de empresa” de esos hombres visionarios y superdotados.

Y aparentemente no falta razón a quienes piensan de esta forma, a juzgar por la historia contemporánea, especialmente de los últimos 100 años. Ya nos hemos ocupado de algunos hechos que parecen dar base a esa forma de interpretar el desarrollo. El panorama hasta ahora presentado, sin embargo, todavía es incompleto. Para integrarlo convenientemente habremos de ocuparnos de un amplio filón que ha sido explotado por los magnates monopolistas con óptimos resultados: su asociación con el poder público.

Usufructo de los bienes públicos

Se puede afirmar que casi no hay un gran monopolio o una gran fortuna que no se haya formado o fortalecido al amparo de concesiones, subsidios, donativos, contratos, privilegios, etc., otorgados por los gobiernos. Este es un capítulo tan amplio, que solamente nos será dable ocuparnos de algunos de sus aspectos más relevantes, y aún ello, sólo de manera muy breve. En esta ocasión aprovecharemos algunos ejemplos tomados de la historia económica de nuestro poderoso vecino del Norte, hoy por hoy el país capitalista más desarrollado del mundo.

Es evidente que uno de los factores más dinámicos en el desarrollo de los Estados Unidos en el siglo pasado, fue la construcción de los ferrocarriles. No solamente representó un esfuerzo de gran envergadura y de inversiones elevadas para la construcción misma de las líneas férreas y del material rodante, sino que propició el desarrollo de muchas otras actividades básicas, tales como la industria del acero, además de representar un factor de primera importancia en la comunicación y el transporte de bienes y de personas.

Pues, bien, la construcción de los ferrocarriles dio lugar a la aparición de numerosos “promotores”, hombres audaces pero más pillos que verdaderos constructores, que amasaron enormes fortunas por su “espíritu de empresa”. Son nombres conspicuos los del Comodoro Vanderbilt, Daniel Drew (el del ganado inflado), Jay Gould, John Jacob Astor, el mismo Morgan, el banquero Jay Cooke.

Los ferrocarriles se construyeron básicamente con el esfuerzo de millares de pequeños y medianos ahorradores que compraron bonos y acciones, así como mediante el esfuerzo de millares de técnicos y de obreros que en no pocos casos perdieron la vida. Los “hombres de empresa” en cambio, obtuvieron pingües ganancias: como promotores derivaban ingresos elevados por sus servicios; como banqueros especulando con los bonos y acciones; como contratistas para la construcción, que indefectiblemente eran ellos mismos cargando elevadísimos precios, y como accionistas mayoritarios, poniendo bajo su control los enormes subsidios, especialmente en tierras propiedad del gobierno.

Por su “espíritu de empresa” el banquero Jay Cooke que promovió la construcción del Northern Pacific, sin invertir un centavo propio se quedó con el control de la empresa y obtuvo del gobierno en calidad de subsidio de fomento, una extensión de 20 millones de hectáreas. El ferrocarril se construyó con el dinero del público que adquirió las emisiones de bonos. Por su parte, los promotores del Central Pacific —Crocker, Huntington, Stanford y Hopkins— sin invertir tampoco un solo centavo propio, se quedaron como honorarios por su “espíritu de empresa” con más de 80 millones de dólares en valores de la empresa y como contratistas cargaron más de 60 millones de dólares, habiendo costado realmente la construcción solamente 27 millones. También adquirieron grandes extensiones de tierras cedidas por el gobierno en calidad de compensación al “espíritu de empresa” de este grupo de hombres “visionarios”. Con todo, el mejor negocio consistió en las tierras obtenidas de parte del gobierno, más que sus otras manipulaciones.

El ciudadano común y corriente en general no tiene idea de lo productiva que es la guerra para los grandes monopolios. Es probable que sanamente crea que la preparación para la “defensa” y la guerra misma sean un acto patriótico que afecta a todos y que demanda sacrificios de todos por igual. Y los monopolios, y los gobiernos que ellos llegan a controlar, desarrollan esfuerzos máximos para presentar las cosas en esa forma. Sin embargo, la realidad es muy distinta: los ciudadanos comunes y corrientes son los que van a exponer su vida en los campos de batalla o a realizar jornadas agotadoras en las fábricas o en el campo, mientras que los monopolistas acrecientan enormemente sus ganancias.

En la actualidad, sin lugar a dudas, el mejor negocio para los monopolistas es el armamentismo y la guerra misma. Los datos de las actividades de las grandes empresas monopolistas y de sus ganancias demuestran palmariamente esta afirmación. Tomando algunas cifras de lo ocurrido en la segunda guerra mundial que, como se sabe, causó millones de bajas, sobre todo de jóvenes, y ocasionó pérdidas enormes en recursos productivos, vemos que para los monopolios fue una época de bonanza.

Los monopolios norteamericanos, por ejemplo lograron ampliar sus instalaciones y utilidades en los Estados Unidos y ampliar su control a muchos países de ultramar y de la misma Europa. La guerra obligó al gobierno norteamericano a otorgar enormes concesiones a los monopolios para incorporarlos al esfuerzo bélico, tales como grandes contratos sobre la base de “costo más utilidad”, manejo de enormes plantas construidas con el dinero del gobierno, la amortización acelerada de sus inversiones y suspensión de la vigencia de las leyes antimonopolistas, política de congelación de salarios, etc., etc.

Se estima que durante los años que duró la guerra se realizaron inversiones en nuevas plantas con fines de defensa por valor de 26,000 millones de dólares, habiendo sido financiados directamente con fondos del gobierno en más de sus dos terceras partes. Ello no obstante, todo ese gigantesco aparato productivo fue puesto en manos de las grandes empresas monopolistas para ser operado por ellas. En esta forma los monopolios llegaron a manejar el grueso de la economía de guerra y derivar ganancias enormes, con inversiones principalmente gubernamentales.

Al terminar la guerra los monopolios lograron quedarse con muchas de esas plantas al ser vendidas por el gobierno a precios de regalo. Como ya estaban bajo su control, no había clientes que compitieran con ellos para la adquisición de dichas plantas, por lo que fueron los mismos monopolios los que en realidad fijaron los precios y condiciones en que se realizó la venta.

Respecto a las disposiciones fiscales para favorecer la depreciación acelerada de las inversiones de los monopolios, se estima que éstos tuvieron un regalo de parte del gobierno de más de 7,000 millones de dólares por este concepto.

Un caso típico que muestra la forma en que los monopolios acrecientan su riqueza a costa del gobierno (es decir, de todo el pueblo) es el siguiente: al terminar la guerra el gobierno aceptó pagar a un contratista la cantidad de 2,137,012 dólares, por mercancías en almacén que en realidad valían 1,068,124 dólares. En esta forma el gobierno regaló al contratista por esta operación, 1,068,898 dólares. Pero el colmo fue que posteriormente ese mismo contratista adquirió del gobierno la misma mercancía pagando por ella 339,358 dólares.

En otro caso el gobierno contrató con una empresa la construcción de 17 camiones para el ejército a un “costo más utilidad” de 665,000 dólares. Al hacer entrega el contratista de los dos primeros camiones, las autoridades encontraron que no reunían las especificaciones requeridas, por lo que las rechazó. El contratista apeló y los funcionarios gubernamentales de acuerdo con su política de garantizar una utilidad razonable a los empresarios, resolvió recompensar al contratista con la suma de 938,760 dólares. Esto significó que el contratista recibió 273,760 dólares más que lo que hubiera recibido si hubiera entregado los 17 camiones con base en las especificaciones establecidas, a pesar de no haber entregado uno solo.

Las ventajas obtenidas por los monopolios se han ido ampliando a medida que aumentan su dominio sobre su gobierno. Con la Guerra de Corea, la Guerra Fría y ahora con la de Vietnam, sus negocios y utilidades se han elevado a la estratosfera.

Puede comprenderse por qué los monopolios están vivamente interesados en la guerra y en dominar al gobierno en forma más completa.

¿Verdad que resulta muy caro el “espíritu de empresa”?

Ceceña, José Luis [1966], "Los pillos, capitanes del progreso", México, Revista Siempre!, 705: 22-23. 28 de diciembre.