La situación económica y política de los países que lo forman es comprometida: ha bajado el ritmo de crecimiento y aumenta el desempleo; el hechizo entra en agonía.
La terminación de la lucha armada en la Segunda Guerra Mundial puso en marcha una serie de cambios importantes en la situación política y económica de muchos países, especialmente en Europa. Polonia, Yugoslavia y poco después Hungría (además de Corea del Norte) optaron por el camino socialista, y otro grupo de países europeos (y asiáticos) se encontraban en vísperas de seguir el mismo ejemplo.
El statu quo capitalista de pre-guerra amenazaba con derrumbarse. La situación política en Checoslovaquia, Rumania, y en Alemania era muy difícil para el sistema capitalista, por el fortalecimiento de los partidos populares y por la influencia de la Unión Soviética, cuyo Ejército Rojo había jugado un papel decisivo en su liberación de la opresión nazi. La situación se tornaba complicada también en Francia e Italia que contaban con numerosos y disciplinados partidos comunistas y que además, afrontaban serios problemas económicos derivados de la guerra.
Ante esta situación, los Estados Unidos, constituido ya en el país líder del capitalismo mundial y pretendiente a la herencia de los imperios coloniales de los países europeos, sintió la necesidad de hacer algo para evitar el derrumbe capitalista en Europa ante el avance del socialismo. Había que fortalecer a los grupos monopolistas de los países europeos, en lo económico y militar tratando de unirlos en una entidad política única, y al mismo tiempo, había que lograr una creciente participación de los grandes empresarios norteamericanos en las economías de esos países y en sus colonias.
De esta manera surgieron, primero, el Plan Marshall, después la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la fallida Comunidad Europea de Defensa (que aspiraba a disponer de 40 divisiones) y el Mercado Común Europeo. Todo esto dentro del ambiente de la Guerra Fría y con la meta a largo plazo de integrar “Los Estados Unidos de Europa” como aliados de los Estados Unidos de Norteamérica en su lucha contra el socialismo.
El Plan Marshall puede considerarse como el punto de arranque de todo el proceso de fortalecimiento de capitalismo en Europa y de la integración económica y política. Este Plan que debe su nombre al general George Marshall, secretario de Estado Norteamericano en 1947, cuando se lanzó dicho Plan, consistió en la erogación de alrededor de 18 mil millones de dólares por el gobierno de los Estados Unidos, en la reconstrucción de Europa sobre las bases capitalistas y bajo los lineamientos establecidos por Washington.
No cabe duda que el Plan Marshall fue un programa muy inteligente y de gran eficacia como instrumento al servicio de los objetivos de los Estados Unidos y de los grupos capitalistas de Europa. Aunque no logró detener la conversión al socialismo de Checoslovaquia, Rumania, Albania y la Alemania Oriental, sí logró importantes metas norteamericanas. Fue un auxiliar poderoso para reconstruir la economía capitalista de varios países europeos importantes; permitió la penetración de los monopolios norteamericanos en la economía europea y en los territorios coloniales; y detuvo, al menos hasta ahora, la transformación de países como Francia, Italia y Alemania Occidental en países socialistas. Finalmente, creó las condiciones necesarias para la organización del aparato militar dirigido a mantener amenazado al bloque socialista.
El Mercado Común Europeo
Sobre la base del éxito alcanzado por el Plan Marshall, se emprendieron programas de integración militar, económica y política de mucho mayor envergadura, con la meta a largo plazo de constituir “los Estados Unidos de Europa”. Ya Winston Churchill en una transmisión de radio se había referido a la necesidad de formar un “Consejo de Europa”, y en 1946 fue más explícito en un discurso pronunciado en la Universidad de Zurich en donde habló de la urgencia de formar “una especie de Estados Unidos de Europa”.
Al terminar la guerra y dadas las condiciones que se crearon, la meta de la unificación de Europa se intensificó, por diversidad de motivos. Uno de ellos fue el enrolar a Alemania en una organización común, como medio de impedir su rearme en forma independiente y evitar así la amenaza del revanchismo. En último caso, debería fortalecérsele como antaño, para que sirviera de cuña frente a la Unión Soviética.
En materia económica surgió la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y más tarde el Mercado Común Europeo. Este último es el de mayor alcance y el que nos interesa analizar con mayor amplitud porque hacia esa forma de organización se está dirigiendo la América Latina.
El Mercado Común Europeo se formó de acuerdo con el Tratado de Roma, firmado en 1957 y que entró en vigor en enero de 1958. Formaron parte del Mercado Común las mismas 6 naciones que constituían la Comunidad del Carbón, o sea: Francia, Alemania, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo. El Tratado de Roma establece el acuerdo para eliminar, en un período de 12 años, dividido en tres etapas de cuatro años cada una, las barreras arancelarias y las restricciones cuantitativas al comercio entre los países signatarios. Durante los mismos 12 años se previó la adopción de una política tendiente a constituir una tarifa común a los seis países, en sus relaciones comerciales con el extranjero. Al mismo tiempo se estableció el compromiso de asegurar el libre movimiento en la zona, de los capitales y de las personas, así como la necesidad de armonizar las políticas fiscales, monetarias y de tipo social.
Además de los seis miembros completos del Mercado Común Europeo, se incorporaron en calidad de países asociados 18 naciones africanas, algunas de las cuales eran colonias al firmarse el tratado. Estos países asociados tienen un tratamiento preferencial en sus relaciones económicas con el Mercado Común, a semejanza de la citación que impera entre Inglaterra y el Commonwealth. En asociación a esta disposición se creó el Fondo Europeo de Desarrollo dirigido a realizar inversiones por parte de los países del Mercado Común en los países asociados. De esta suerte, el Mercado Común dispuso, desde su origen, de una zona de menor desarrollo que venía a constituir una fuente segura de materias primas y alimentos, un mercado para los productos manufacturados y un territorio de inversiones para los países de la Comunidad.
La organización del aparato del Mercado Común Europeo está formada por los siguientes componentes: Asamblea Legislativa, Consejo de Ministros, Comisión, Corte de Justicia y Comité Consultivo Económico y Social.
La Asamblea Legislativa o Parlamento Europeo se compone de 142 miembros escogidos por los parlamentos de los seis países, correspondientes 36 a cada uno de los tres más importantes (Francia, Alemania e Italia), 14 a Holanda y otros tantos a Bélgica, y solamente 6 a Luxemburgo, que es el más pequeño. La Asamblea Legislativa se reúne una vez al año y en ella discute el Informe de Labores de la Comisión del Mercado Común.
El Consejo de Ministros es un organismo clave de decisión y es el verdadero órgano legislador de la Comunidad Económica Europea. Se compone de seis miembros nombrados por los países que forman la Comunidad. El sistema de votación en el Consejo es ideado de manea de impedir que cualquiera de los seis países ejerza su voluntad sobre el conjunto. Especialmente después de enero de 1966, las votaciones se toman por “mayoría calificada”, y ya no por unanimidad, ni por mayoría simple. Para la mayoría calificada cada uno de los tres miembros mayores (Francia, Alemania e Italia) disponen de cuatro votos; Holanda y Bélgica disponen de dos cada uno y Luxemburgo de uno. Para muchas decisiones se requieren 12 votos y en otros casos doce votos deben provenir de cuando menos cuatro miembros de la Comunidad.
La Comisión es el órgano principal de la Comunidad. Consta de nueve miembros nombrados por los integrantes de la Comunidad, pero ninguno de ellos puede nombrar a más de dos. Los miembros de la Comisión sólo pueden ser removidos por el Parlamento Europeo o sea la Asamblea Legislativa, y no por los países miembros en forma independiente. Sólo son responsables ante dicho Parlamento y por lo tanto la Comisión es un organismo supranacional.
La Comisión está encargada de velar por los intereses de la Comunidad y del manejo de los asuntos de operación. Tiene una administración que ocupa a más de 3,000 personas de distintas nacionalidades y con un statu legal especial, podríamos decir europeo. La Comisión es la única que puede promover nuevas disposiciones legislativas dentro de la Comunidad. Una propuesta hecha por la Comisión ante el Consejo de ministros sólo puede ser modificada por un voto unánime, lo que muestra la importancia de este órgano.
Finalmente, la Corte de Justicia vigila la aplicación del Tratado de las leyes promulgadas por la Comunidad. Consta de 7 miembros nombrados por los gobiernos signatarios por un período de seis años.
Además de estos órganos existe el Comité Económico y Social que se compone de representantes de la industria, el comercio, del sector agrícola, y de los profesionistas y tiene facultad de asesoría.
¿Un milagro europeo?
Cuando se habla de las realizaciones de la Comunidad Económica Europea, o Mercado Común, se las equipara generalmente a la realización de un milagro. Así se habla del “milagro alemán” o del “milagro europeo”, queriendo significar que los logros han sido espectaculares. ¿Corresponde esto a los hechos? ¿Puede atribuirse al Mercado Común el crecimiento de la producción y del comercio de la zona formada por los países de la Comunidad? Veamos algunas cifras relevantes.
El Comercio Exterior de la Comunidad creció en forma notoria a raíz de la formación del Mercado Común, tanto en el gran total con el mundo, como en le intercambio de los seis países entre sí, dentro de la Comunidad. Las exportaciones totales crecieron en más del doble de 1958 a 1966 y las efectuadas dentro de la zona se triplicaron. Algo semejante sucedió con las importaciones que crecieron en forma muy parecida. En general, el crecimiento del comercio exterior de la Comunidad fue más elevado que la mayoría de los países capitalistas.
El crecimiento de la producción también alcanzó altas cifras en los países de la Comunidad; Todos ellos, pero especialmente Alemania logró incrementos anuales superiores al … (sigue en la página 70)