Es fácil descubrir en la intervención del señor secretario de Hacienda ante los banqueros, la intranquilidad que se está sintiendo en el país ante dos fenómenos que se están tornando cada vez más serios: la elevación de precios y el fortalecimiento de las derechas.
La afirmación hecha por el señor secretario de Hacienda en la reciente Convención de Banqueros, celebrada en Monterrey, de que la inflación conduce, si no se le controla, a una dictadura de derecha es un acontecimiento que reviste una singular importancia.
Lo primero que llama la atención es que un alto funcionario del gobierno ante los representantes de los círculos más conspicuos de la oligarquía nacional y algunos visitantes extranjeros, se haya tomado la molestia de explicar los efectos económicos lesivos que la inflación tiene para la mayoría del pueblo, y los grandes beneficios que reporta al sector capitalista; y más todavía, que haya hecho un enjuiciamiento de las consecuencias políticas que la persistente elevación de precios tiene para el país, o sea que conduce a una dictadura de derecha.
Es fácil descubrir en la intervención del señor secretario de Hacienda ante los banqueros, la intranquilidad que se está sintiendo en el país ante dos fenómenos que se están tornando cada vez más serios: la elevación de precios y el fortalecimiento de derecha.
Efectivamente, de nuevo la inflación está amenazando con alterar seriamente le proceso de desarrollo del país. Después de las fuertes elevaciones de precios que sufrimos durante la Segunda Guerra Mundial y en el período siguiente hasta la última devaluación del peso en 1954, el país disfrutó de una relativa estabilidad de precios, al menos si se le compara con los períodos inmediatos anteriores o con lo que se registraba en la mayoría de los países sudamericanos. Esta estabilidad relativa está siendo amenazada ahora por la persistencia de factores estructurales internos y por las presiones inflacionarias del exterior.
De acuerdo con las informaciones oficiales las actividades agropecuarias e industriales, esencialmente productivas, no han logrado tener preeminencia en el conjunto económico, sino que son superadas por el comercio. Este es un factor que presiona constantemente hacia la elevación de precios, porque sobrecarga con gastos innecesarios la distribución de los productos. Muy otra sería la situación si las actividades esencialmente productivas fueran las más importantes en el conjunto de la economía nacional.
Por su parte, el ritmo de crecimiento de las actividades agropecuarias ha sido lento, ya que apenas si ha igualado al ritmo de crecimiento de la población, y en ocasiones ni eso. Esto significa que los artículos de primera necesidad, particularmente los alimentos, tienden a encarecerse, situación que se agudiza por la acción de acaparadores y excesiva participación de intermediarios.
En el sector industrial, aunque el ritmo de crecimiento ha sido más bien alto, según los índices que se publican, y seguramente se han logrado importantes incrementos en la producción de una gama cada vez más amplia de productos, existen, sin embargo, algunos renglones como la producción de cerveza y otras bebidas, y la de cigarrillos que han crecido desproporcionadamente y por lo tanto tienden a exagerar el crecimiento de la producción industrial en su conjunto.
En los productos industriales existen además otros factores que tienen por resultado precios muy altos, comparados con los de la competencia internacional. Uno de ellos es la política fuertemente proteccionista que coloca al consumidor nacional en condiciones de un consumidor cautivo porque obligadamente tiene que consumir artículos caros producidos en el país. Esto no quiere decir que consideremos indebido que se fomente el desarrollo industrial con ciertas protecciones, lo que objetamos es que esas protecciones sean tan exageradas y rígidas.
Como hecho concomitante a la posición del monopolio real en que opera buena parte de la industria del país, se encuentra el del desperdicio de capacidad productiva. En muchas industrias se prefiere operar a baja capacidad y producir mucho menos y a costos unitarios mayores, que producir a toda capacidad, bajando costos y vendiendo a precios menores. Tal es el caso de la industria textil. En otras ocasiones no se produce a toda capacidad porque existen demasiadas empresas para atender un mercado que es limitado. La industria de automóviles es típico de esta situación.
En las condiciones en que se desenvuelve nuestra industria y las actividades agropecuarias, según acabamos de indicar, la economía es muy sensible a factores externos que vienen a agravar la situación. Por esta razón la tendencia inflacionaria de la economía norteamericana está teniendo un efecto directo y amplificado en México.
La fuerte importación de maquinaria, partes, refacciones, materias primas, etc., procedente de los Estados Unidos está costando cada vez más por el alza de precios, y está empujando hacia arriba a todo el sistema de precios del país. Por su parte, la elevación de las tasas de interés y las mayores exigencias impuestas a los créditos en los Estados Unidos tienen una repercusión inmediata en México, pues dan base a que los que controlan el dinero en nuestro país aprovechen la situación en su favor.
Estos factores externos que empeoran la situación de elevación de precios, tienden a acentuarse por los grandes gastos militares del gobierno de los Estados Unidos, especialmente en relación a la guerra de Vietnam.
Víctimas y beneficiarios
La elevación de precios afecta a los distintos sectores de la población de acuerdo con su posición de fuerza o de debilidad en que se encuentren tanto en el sentido económico como en el político. Cuando el sector empresarial tiene una posición dominante, el proceso inflacionario es más persistente y agudo y permite a la oligarquía derivar los máximos beneficios. La fuerza desproporcionada del sector empresarial determina que la “solución” al problema económico de aumento de la producción tome la forma de altos precios y altas utilidades.
Si la fuerza del sector empresarial es grande, llegan a impedir la adopción de medidas drásticas de parte del gobierno, como las fiscales y crediticias que pudieron ayudar a frenar las presiones inflacionarias y en ocasiones pueden llegar hasta a obtener más concesiones, como subsidios, exenciones fiscales, etc., que aumentan sus utilidades y empeoran el problema.
Los sectores populares sufren las consecuencias de la elevación de precios en razón directa a su debilidad, a su desorganización a su falta de espíritu de lucha en defensa de sus intereses. En estas condiciones no tienen la fuerza para impedir que los monopolistas impongan precios a su antojo, ni para presionar al gobierno para que ponga freno a los abusos de acaparadores y empresarios voraces.
El resultado en lo económico, es el exagerado enriquecimiento de los pocos y el empobrecimiento de las mayorías. En lo político, la oligarquía se fortalece y tiende a adquirir posiciones cada vez más importantes en el gobierno y eventualmente a intentar tomar control del mismo. La intranquilidad que la inflación produce en el pueblo es el terreno abonado para que la oligarquía lleve adelante sus propósitos, debilitando al gobierno, echándole la culpa de la situación y distanciándolo de los sectores, que resultan lesionados con la inflación.
Los ejemplos de varios países sudamericanos importantes nos deben servir de un llamado de atención: Argentina, Brasil y Bolivia han estado sumidos en una inflación perniciosa que ha sido causada por la desproporcionada fuerza de la oligarquía y que ha conducido ya a dictaduras militares de derecha.
En México se están agudizando los síntomas de una situación que, de no ponérsele freno, podría degenerar también en una dictadura de derecha. El llamado de atención del alto funcionario no hace sino confirmar la intranquilidad que ya se percibe. Aunque los esfuerzos que se están haciendo son muy encomiables, tanto por controlar los precios y asegurar abastecimientos adecuados, como para fomentar la producción, se requiere de medidas mucho más amplias y a fondo para evitar que la oligarquía siga aumentando su poder económico y político. ¿Lo entenderán cabalmente los sectores revolucionarios del país y estarán dispuestos a luchar con firmeza por los intereses de las mayorías? No cabe duda que la Revolución Mexicana tiene frente a sí, una dura prueba, de la que tendrá que salir airosa.♦