Esencia capitalista: los monopolios

En nuestros últimos artículos hemos intentado precisar, aunque en forma esquemática, lo que son los monopolios y la forma en que operan, tomando ejemplos del país en donde han florecido con mayor vigor, los Estados Unidos. Podemos resumir lo asentado en ellos, en la forma siguiente:

1° Los monopolios surgen de manera lógica y natural en el proceso de desarrollo del capitalismo;

2° En su proceso de expansión los monopolios utilizan una serie de métodos e instrumentos que lesionan a multitud de personas, incluyendo a aquellos empresarios, proveedores, técnicos, obreros, empleados y al público consumidor;

3° Los monopolios, en su afán de lucro, tienden a fijar precios elevados (muy por encima de sus costos), a cerrar la entrada a nuevos empresarios en su rama; a restringir la producción para mantener los precios altos, desperdiciando capacidad productiva, y

4° Tienden a dominar a los gobiernos para obtener multitud de ventajas como el uso de bienes gubernamentales, el disfrute de generosas concesiones, de exenciones fiscales, de protección arancelaria y hasta el uso de la fuerza policíaca, militar y diplomática para fortalecerse dentro y fuera de su país y elevar sus utilidades al máximo.

En una palabra, los monopolios constituyen la forma más acabada del capitalismo contemporáneo y por lo mismo son perjudiciales en extremo, para el pueblo.

Este carácter de los monopolios explica la política que se ha seguido frente a ellos en los países capitalistas. Solamente cuando los sectores populares han tenido fuerza para luchar en defensa de sus intereses se han aprobado leyes antimonopolistas y se ha tratado de frenar los abusos y el dominio de los monopolios. Normalmente las fuerzas capitalistas tienen el poder suficiente para evitar que los gobiernos sigan políticas que afecten sus intereses. Si la presión popular ha obligado a la aprobación de leyes y de medidas antimonopolistas, los monopolios logran convertirlas en letra muerta. De nuevo tenemos el ejemplo de los Estados Unidos para ilustrar lo que sucede en esta materia.

La Ley Sherman, anti-trust

La piedra angular de la legislación contra los monopolios en los Estados Unidos es la Ley Sherman, aprobada en 1890. La promulgación de esta ley fue la culminación de dos movimientos paralelos: el intenso proceso de combinaciones, fusiones y formación de monopolios, que había tenido lugar en las dos décadas anteriores, y por otra parte, la ola de protestas de parte de productores afectados y del público, por los atropellos, abusos y perjuicios de que eran víctimas.

Entre 1870 y 1890 se formaron en los Estados Unidos varios movimientos y partidos agrarios, que coincidían todos ellos en su posición antimonopolista. El movimiento granger, por ejemplo, acusaba a los monopolios de ser los responsables de los bajos precios de los productos agrícolas, y a la vez, del alto precio de la maquinaria y otros productos manufacturados que utilizaban los campesinos. Por su parte, el Partido Antimonopolista, con oficinas centrales en el Estado de Iowa, planteó claramente la necesidad de una legislación que “protegiera los intereses industriales y productivos del país, en contra de toda forma de monopolio y extorsión”. Este partido llegó a tener tal importancia que en las elecciones presidenciales de 1884 presentó un candidato a la Presidencia de la República. También se formó el Partido Independiente y el Partido Reforma.

A las organizaciones campesinas se unieron movimientos obreros que también tenían una posición de lucha contra los monopolios, que eran considerados como los mayores enemigos de la clase obrera y campesina. Para 1890 esos partidos agrario-obreros controlaban las principales posiciones electorales en ocho estados, además de disponer de cuarenta y cuatro asientos en la Cámara de Representantes (diputados) y de varios más en el Senado. Todos estos partidos agrario-obreros se proyectaban hacia la formación de un tercer partido, frente a los tradicionales democrático y republicano.

Una importante corriente de intelectuales se sumó también a la lucha contra los monopolios, es decir, en contra del capitalismo que estaba entrenando en su etapa monopolista. Entre ellos cabe citar a Henry Demarest Lloyd, que en 1881, publicó su libro “Historia de un gran monopolio”, referido a la Standard Oil.

La presión ejercida por estos movimientos populares obligó a la adopción de medidas legislativas contra los monopolios. Para 1890, año en que se aprobó la Ley Sherman, ya cuando menos diecisiete Estados de la Unión habían promulgado leyes semejantes, especialmente los Estados del Noroeste, del Oeste y del Medio Oeste. En 1887 se aprobó también la Ley de Comercio Interestatal que se dirigía principalmente a evitar el monopolio en los ferrocarriles.

A tal grado era fuerte el clamor contra los monopolios en todo el país, que el Partido Republicano, dominado por grandes magnates de los negocios y que por consiguiente tenían una repugnancia natural por una legislación de ese tipo, se vieron obligados a tomar la iniciativa en el Congreso y a darle su apoyo. De esta suerte, la Ley Sherman anti-trust es una ley que confeccionaron los propios grandes negocios, cediendo a la presión popular; por esa razón, dicha ley tiene una serie de limitaciones que la han hecho inoperante en lo esencial, para combatir los monopolios.

La Ley Sherman anti-trust establece la prohibición de todo contrato, combinación y conspiración tendiente a restringir el comercio y la industria, así como todos los monopolios y los intentos para monopolizar. Para los infractores establece multas hasta de 5,000 dólares y/o prisión hasta de un año.

Las primeras aplicaciones de la Ley Sherman fueron decepcionantes. Las grandes empresas trataron de evitar su aplicación, lo cual no era difícil dada la fuerza económica y política de que disfrutaban. Así, intentaron dirigir la aplicación de la Ley contra las organizaciones obreras, por considerar que monopolizaban la mano de obra. También movieron toda su influencia para que la Suprema Corte diera interpretaciones favorables a los grandes negocios en los casos que llegaron a su consideración. En 1895, en el caso ventilado contra el monopolio azucarero, lograron que la Suprema Corte rehusara declarar nulos los contratos mediante los cuales la American Sugar Refining Co., había adquirido la consolidación de su control sobre el 98% de la industria azucarera de los Estados Unidos. Según parece un control de 98% no era suficiente para considerar que existiera monopolio.

Aún el sonado caso de la disolución de la Standard Oil Company de Nueva Jersey, que tuvo lugar en 1911 no puede considerarse como una victoria popular en contra del monopolio más odiado por el pueblo norteamericano de fines del siglo pasado y principios del presente. Aunque la Suprema Corte logró disolver la compañía tenedora que con el nombre de Standard Oil Company había logrado controlar más de setenta empresas petroleras, no evitó que Rockefeller siguiera dominando la industria, ya que quedó como el accionista principal de cada una de las empresas en las que se fragmentó la Standard Oil Co.

Una situación semejante se presentó con la disolución, en el mismo año de 1911, de la American Tobacco Co., otra compañía tenedora que había logrado adquirir las acciones de más de 60 empresas independientes, “por métodos tendientes a monopolizar el comercio y la industria de cigarrillos”.

La inoperancia de la Ley Sherman por sus deficiencias en la identificación de los monopolios y de sus prácticas, por la interpretación que de ella hacían los tribunales, llevó a la aprobación en 1914 de otras dos leyes complementarias, la Ley de la Comisión Federal de Comercio y la Ley Clayton.

La primera estableció una comisión especial, la Comisión Federal de Comercio, con la autoridad para investigar las prácticas de las empresas (exceptuando bancos y servicios de transporte) y de prevenir mediante órdenes de “cese y desista”, los “métodos de competencia desleal”.

La Ley Clayton, por su parte, complementó la Ley Sherman al prohibir la discriminación de precios, los contratos y la adquisición de acciones en empresas competidoras, cuando el efecto fuera “reducir substancialmente la competencia”, así como prohibiendo los directorios entrelazados en las empresas grandes que compitieran entre sí.

La primera guerra mundial vino a cambiar el panorama y a poner un receso en la lucha antimonopolista en los Estados Unidos. Al terminar las hostilidades, las grandes empresas habían adquirido tal poder que prácticamente pudieron evitar el cumplimento de las leyes contra los monopolios. Es más, en 1918 lograron la aprobación de la Ley Webb-Pomerene que tendía a la promoción del comercio exterior, en el que estaban vivamente interesados los monopolios, por medio de la cual quedaban excluidas de la vigencia de las leyes anti-trust las empresas que se dedicaran al comercio con otros países.

No fue sino hasta el gobierno de Roosevelt, con la gran movilización de las fuerzas populares, que fue posible de nuevo una lucha de gran envergadura contra los monopolios. Estos acontecimientos fueron el resultado de los estragos que causó la gran crisis de 1929-1932 en los sectores populares y en los pequeños y medianos empresarios que en esa época fueron víctimas de la explotación inmisericorde de los grandes monopolios. Nos ocuparemos de estos hechos en la próxima ocasión.♦

Ceceña, José Luis [1967], "Esencia capitalista: los monopolios", México, Revista Siempre!, 707: 14 y 69, 11 de enero.