En la derrota de la Reforma Agraria el factor político ha sido determinante
Las aspiraciones de progreso y bienestar que llevaron al pueblo mexicano a tomar las armas en 1910, encontraron expresión legal en la Constitución de 1917. Los artículos 27, 28 y 123 constituyen la parte medular de las reivindicaciones populares en materia económica. A cincuenta años de promulgada nuestra Constitución debemos intentar hacer un balance y un enjuiciamiento revolucionario, así sea esquemático, sobre los logros obtenidos y sobre las perspectivas que se abren al pueblo mexicano en el futuro próximo.
La primera gran cuestión que debemos enjuiciar es la relativa a la Reforma Agraria ¿Ha triunfado la Revolución en materia agraria? ¿Al menos, nos encaminamos hacia una solución correcta y efectiva del problema del campo? O, ¿ha fracasado rotundamente el ideal revolucionario de destruir el latifundismo y organizar la producción agropecuaria sobre las bases de eficiencia y de justicia social?
La piedra de toque para obtener una respuesta objetiva a esta gran interrogante no puede ser otra que la de las condiciones en que vive el campesino, en términos de su emancipación económica y política. ¿Se ha logrado dar seguridad económica al campesino, sobre la base de una dotación adecuada de tierra y otros medios de trabajo y de una organización eficiente de la producción y de la venta de sus productos a precios remunerativos y para su propio beneficio?
Por otra parte ¿las organizaciones campesinas son realmente agrupaciones representativas de ellos mismos y defensoras de sus intereses? ¿Es el sector campesino uno de los puntales más sólidos y dinámicos de la Revolución Mexicana en su conjunto?
Quienquiera que haga un recorrido por todo lo largo y ancho del país, y que no tenga intereses creados que le impongan un criterio determinado o le hagan deformar la realidad, podrá constatar que en general el campesino mexicano se encuentra en condiciones muy difíciles y que lucha a veces desesperadamente para lograr su sustento. Esto se aplica a las regiones pobres y también a las más ricas zonas agropecuarias del país.
Los campesinos que han logrado el beneficio del reparto agrario en general no disponen de un verdadero patrimonio que les permita explotar sus tierras en condiciones de seguridad y de una productividad creciente. La mayoría produce con enormes dificultades, con bajos rendimientos y recibe una parte muy mermada del producto de su esfuerzo.
El agiotista, el acaparador, el “refaccionador” han tomado el lugar del antiguo hacendado y explotan al campesino de mil maneras sin riesgo alguno. A la pobreza general del campesino corresponde el enriquecimiento de banqueros, agiotistas, comerciantes e industriales (y también políticos).
Un índice revelador de la situación difícil de los campesinos es el alquiler de tierras ejidales que ha alcanzado proporciones masivas. Se estima que más de la mitad de las tierras ejidales, se encuentran explotadas por particulares. El ejidatario se convierte así en un “paria rentista”, que luego tiene que trabajar como jornalero en su propia tierra, o irse de bracero.
Existen, además, millares de campesinos con “derechos a salvo” que están esperando recibir su pedazo de tierra, y centenares de miles de jornaleros agrícolas que ni tienen tierra, ni derechos a salvo, ni nada, solamente su fuerza de trabajo.
Solamente en algunos casos, como para confirmar la regla, se encuentran núcleos de campesinos prósperos que han podido salir adelante y superara los obstáculos que se interponen a su paso. En esta situación se encuentran algunos pequeños propietarios que han dispuesto de buenas tierras y algunos recursos propios, así como algunos grupos de ejidatarios que se han organizado en forma colectiva y han tenido una buena dirección.
Frente a este problema que presentan las masas campesinas es evidente el pujante desarrollo de grandes explotaciones agrícolas y ganaderas capitalistas, que en forma creciente dominan las principales regiones agropecuarias del país. Han surgido y se han fortalecido nuevos grupos de grandes agricultores y ganaderos, que están amasando enormes fortunas y que están convirtiendo en industriales hasta en prósperos banqueros, formando una nueva burguesía con un poder económico y político superior al que detentaban los grupos de latifundistas de la época de Porfirio Díaz.
¿Qué factores son los responsables de esta situación? ¿La Reforma Agraria no se ha aplicado bien? La pequeña propiedad y el ejido ¿son antagónicos y no pueden coexistir? ¿O el ejido es una forma de propiedad y de organización inoperante, ineficiente y antieconómica? ¿La solución es la gran propiedad agropecuaria capitalista? ¿O existen otros factores económicos y políticos que han impedido el completo éxito de la Reforma Agraria? La claridad sobre estas cuestiones es fundamental porque la respuesta determinará la política que deba seguirse en esta materia.
Incuestionablemente que la Reforma Agraria tuvo (y tiene) deficiencias de origen. En primer lugar, no obedeció a un Plan, sino que se fue produciendo como resultado de las presiones de las masas campesinas que deseaban tierra y que habían luchado por ella.
No hubo, en general, una idea clara de que el problema no consistía en dividir los latifundios y distribuir tierra al mayor número de campesinos, sino integrar unidades de explotación agropecuaria sobre bases económicas sanas, que permitieran una operación eficiente una creciente capitalización. Se incurrió así en el error de destruir en muchos casos, unidades de explotación prósperas, con serios perjuicios a la producción agropecuaria nacional, cayendo en el minifundio que es más antieconómico quizás que el propio latifundio que se caracteriza por el desperdicio que hace de la tierra y de mano de obra.
También hubo (y sigue habiendo) grandes deficiencias en materia de créditos iniciales para desmontes, nivelaciones de tierra, aperos, y hasta para la adquisición de semillas y el sostenimiento de los campesinos. De esta suerte, el ejidatario pronto incurrió en fuertes deudas con los usureros y acaparadores locales que gravitaron como pesado fardo sobre la economía campesina y constituyeron desde el principio un poderoso obstáculo para el éxito de la explotación ejidal.
Es cierto que durante la administración del general Cárdenas se hicieron esfuerzos enormes para superar esas deficiencias, creando ejidos colectivos e instituciones crediticias encargadas de apoyar financiera y técnicamente a los campesinos. Pero, la magnitud del problema era tan grande y la administración cardenista tan corta, que apenas si podía significar solamente un inicio que debía servir de base a un esfuerzo que debería ser continuado por otros gobiernos, para tener éxito.
Pero analizando de cerca el problema de la Reforma Agraria y con toda objetividad, se llega a la conclusión de que no obstante que las deficiencias iniciales han tenido mucha responsabilidad en los precarios resultados de la Reforma Agraria, hasta ahora, el factor fundamental que ha obstaculizado el éxito, especialmente del ejido, es el factor político, tomado en su acepción más acabada. En otra ocasión analizaremos con amplitud este problema.♦