Algodón: ese mal negocio. México produce para que los intermediarios se lleven la utilidad

 

El problema no será resuelto con las medidas que se intentan poner en práctica; es preciso mexicanizar esa actividad para obtener un 50 por ciento de aumento en divisas.

Uno de los más espectaculares desarrollos de la agricultura mexicana en las últimas dos décadas ha sido el del cultivo del algodón. De una producción que insuficientemente abastecía las necesidades de la industria textil nacional, durante la Segunda Guerra Mundial, se logró un incremento de grandes proporciones que nos convirtió en un gran exportador de fibra blanca, llegando a ocupar el segundo lugar como proveedores mundiales de esta importante materia prima. El algodón se convirtió en el primer renglón de nuestras exportaciones, superando a los metales y al café, proporcionando alrededor del 30 por ciento del valor total de lo exportado.

El auge duró hasta 1958, año en el que se dedicaron a la producción algo más de 1 millón de hectáreas, casi exclusivamente de tierras de riego, habiéndose producido 2.4 millones de pacas en ese ciclo agrícola.

Con el auge algodonero se desarrollaron importantes zonas productoras que como Mexicali, La Laguna y Matamoros pasaron a depender casi exclusivamente de este cultivo. Otras zonas importantes dedicaron también buena parte de sus recursos al cultivo del algodón, tales como las del Río Yaqui y parte de Sinaloa y del estado de Chihuahua. El algodón se convirtió así en el cultivo por excelencia y dominó el escenario agrícola del país.

El gobierno federal apoyó por diversidad de medios el desarrollo del cultivo del algodón. Se gastaron millones de pesos en obras de riego; se otorgaron créditos de gran cuantía por instituciones nacionales como el Banco Nacional de comercio Exterior, el banco Nacional de Crédito Ejidal y el Banco Nacional de Crédito Agrícola; se impulsó el establecimiento de despepites, compresoras y de molinos de aceite; y se dieron facilidades para propiciar el desarrollo de la actividad algodonera.

Los beneficios que el país recibió con el auge algodonero fueron considerables, sin lugar a duda. El valor de la producción agrícola aumentó notablemente; se desarrollaron industrias conexas como las de despepite y de producción de aceites y grasas y el aprovechamiento de pastas para la alimentación del ganado; se derramaron muchos millones de pesos entre los campesinos y obreros; los sistemas de transporte aumentaron su carga y consiguientemente sus ingresos, y el gobierno aumentó también sus ingresos por los impuestos a la producción y exportación de fibra, así como los de las actividades industriales a que dio origen.

Todo esto, sin duda, ha sido muy positivo y ha tenido un importante impacto en nuestro proceso de desarrollo general. Ello no obstante, como muy seguido acontece en nuestro medio, bajo la euforia del auge, se ocultaron una serie de problemas y de factores que, ahora que la situación se ha tornado adversa, están aflorando en toda su magnitud y están exigiendo de una acción rápida y bien orientada para ponerlos bajo control y asegurar que tan importante actividad agrícola-industrial no sufra quebranto y se convierta en una sólida columna de nuestro desarrollo.

Problemas que aquejan al algodón.

La actividad algodonera se rige por la situación del mercado mundial de la fibra, ya que tres cuartas partes de la producción se destina a la exportación. Como nuestra aportación al mercado mundial de algodón no es determinante, la influencia que podemos tener en la situación de ese mercado es reducida, casi imperceptible. Esto quiere decir que están fuera de nuestro control las fuerzas del mercado mundial y que estamos sujetos a lo que ocurra en dichos mercados.

El factor que más influencia tiene en el mercado mundial es la política de los Estados Unidos respecto a las ventas de algodón, ya que dicho país es al mismo tiempo el principal productor de fibra y el principal consumidor. Este país tiene en sus manos el poder suficiente para decidir el curso del mercado mundial y por consiguiente el curso de la actividad algodonera de los demás países, entre ellos la de México.

Actualmente los Estados Unidos están provocando con su política, la caída en el precio de la fibra. El gobierno de ese país dispone de fuertes cantidades almacenadas que maneja en la forma que conviene a sus intereses. El mundo siempre está atento a lo que los Estados Unidos haga respecto a sus grandes existencias de algodón. Dichas existencias (y la política seguida respecto a las áreas de cultivo en cada año) constituyen una amenaza permanente para los demás productores de fibra. La decisión del gobierno norteamericano de poner a la venta esa fibra, que ha sido tomada recientemente, ha hecho bajar el precio de 23 centavos de dólar la libra a 21 centavos.

La política norteamericana plantea a los países productores, por lo tanto, un serio problema, al grado de que los puede obligar a reducir su producción, con los consiguientes perjuicios que eso entraña. Para México la amenaza es bastante seria, dada la importancia que para el país tiene esta actividad. Las zonas algodoneras son prácticamente de monocultivo y no podrán fácilmente y a corto plazo, dedicarse a otros cultivos.

Otro factor importante que ejerce una acción bastante negativa en nuestra actividad algodonera es el control que tienen compañías extranjeras, principalmente norteamericanas y algunas japonesas, en toda la actividad. Es muy conocido el caso de la Anderson Clayton and Co., que es, con amplio margen, la empresa que ejerce un verdadero monopolio en este importante renglón. La Anderson (y otras menores) controlan el comercio interior y exterior de la fibra y de la semilla de algodón. Mediante el otorgamiento de créditos a los productores, obligan a éstos a entregar su producto a los precios del mercado, que no son otros que los que esas empresas fijan (sobre la base de los precios mundiales).

La sujeción de los productos a las compañías refaccionadoras tiene por resultado que los verdaderos productores reciben una parte reducida del valor del producto de su esfuerzo. Los intereses que pagan por los créditos, los altos precios de los fertilizantes, insecticidas, semillas, etc., que son proporcionados por las mismas refaccionadoras, alcanzan sumas elevadas. Sobre eso, los agricultores tienen que despepitar su algodón en las plantas de las compañías refaccionadoras, pagando los precios de maquila que estas les cobran y teniendo que aceptar la clasificación de su algodón que hacen esas mismas empresas y los pesos que ellas determinan, y sin que los productores participen en la verificación de dichas clases y pesos.

De esta suerte, los verdaderos productores de algodón no reciben ingresos suficientes que les permitan, ya no mejorar sus condiciones de vida, sino ni siquiera hacer las inversiones indispensables para elevar la productividad y reducir los costos de producción. Las más importantes zonas algodoneras han ido reduciendo los rendimientos por hectárea, con costos cada vez mayores. Esto quiere decir, que aunque se mantuvieran los precios de la fibra, la actividad algodonera del país se encuentra seriamente amenazada por estos factores.

Es evidente que los verdaderos beneficiados con la producción de algodón en el país son los intermediarios extranjeros. Estos siempre ganan. Como controlan el mercado, y son a la vez banqueros, vendedores de semilla, de fertilizantes, de insecticidas, maquiladores en el despepite y productores de aceites, etc., a la vez que grandes comerciantes de la fibra, tienen una gran versatilidad que les permite obtener ganancias por partida múltiple. La baja de precios de la fibra la transfieren siempre a los agricultores que son los que corren todos los riesgos. A lo más, las compañías refaccionadoras corren el riesgo de ganar menos, pero nunca de perder.

Aunque existen otros problemas como la mayor intensidad de la acción de plagas y enfermedades, de salinidad de las tierras, de reducción de agua (como en La Laguna), etc., los dos señalados son los más importantes que afronta la actividad algodonera del país.

El gobierno trata de intervenir... pero mal.

La aflictiva situación de los productores de algodón, que se ha agudizado por la caída de los precios ocasionada por la política norteamericana de dumping, está preocupando a los sectores interesados y al gobierno. Desafortunadamente la acción gubernamental, aunque animada de un buen propósito, está siendo mal dirigida. En esencia se trata de reducir casi a cero los impuestos a la exportación de la fibra, y de organizar a los algodoneros en una asociación similar a la que existe en el ramo de producción de azúcar y en otras actividades. En esta asociación se hace participar a todos los sectores interesados, desde el productor hasta el despepitador y exportador, con lo que se mantiene o más bien se consolida la situación de control monopolista que priva en esa actividad.

A todas luces lo que se pretende hacer deja intactos los problemas de fondo y no serán sino una forma más para que los verdaderos beneficiarios sean los intermediarios monopolistas extranjeros. El verdadero productor seguirá en la misma situación precaria en que ha vivido en los últimos años sujeto al intermediario y la actividad algodonera que tantos beneficios puede reportar a la Nación, se irá extinguiendo. Con ello se comprometerá seriamente la economía de millares de familias que viven de esa fuente de trabajo.

Dada la importancia que este problema tiene para el país, nos seguiremos ocupando de ella en próximos artículos.♦

Ceceña, José Luis [1966], "Algodón: ese mal negocio. México produce para que los intermediarios se lleven la utilidad", México, Revista Siempre!, 668: 20-21, 13 de abril.