El Fondo Monetario Internacional es un curandero al servicio de Washington que inspira y nos manda las devaluaciones.
Río de Janeiro será, por una semana, la capital financiera mundial. En ella se han dado cita los banqueros más connotados del mundo, los secretarios de Hacienda y los directores de Bancos Centrales de un gran número de países, con motivo de la Reunión Anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF).
Según se ha revelado, los problemas centrales que serán discutidos son, el de la búsqueda de una moneda mundial que resuelva la “falta de liquidez internacional”, y el de la forma de aumentar los recursos disponibles para que se puedan ampliar substancialmente los préstamos, especialmente los que puedan ser pagados con las monedas locales de cada país. El primer problema es de la competencia del Fondo Monetario Internacional y el segundo, del Banco Mundial.
La falta de liquidez internacional, o sea, la falta de medios de pago para las transacciones internacionales, es un problema que ya se ha hecho crónico en el mundo capitalista. Se observó este fenómeno con bastante claridad al terminar la Primera Guerra Mundial. Durante los años de la década de los veintes se manifestó una serie de desajustes monetarios en los principales países del mundo, que ocasionaron serios trastornos en el comercio mundial y en la corriente de capitales internacionales. Durante esta época se le quiso resolver mediante la “vuelta al Patrón Oro”, aunque de tipo restringido, adoptándose las formas de Patrón Oro en Barras y de Patrón en Divisas Oro.
Cuando apenas se estaba aliviando el problema de la falta de liquidez, por la mayor flexibilidad que se le dio al sistema de pagos internacionales, el mundo fue sacudido por la Gran Crisis de 1929-1932. El problema de la falta de medios de pago internacionales se agudizó a tal grado, que casi todos los países abandonaron, en la práctica, el Patrón Oro y recurrieron a una serie de medidas de “sálvese quien pueda”, restringiendo drásticamente sus transacciones con el exterior, sometiendo a controles cuantitativos su comercio, elevando los aranceles y estableciendo controles de cambios, o sea, regimentando el uso de los medios de pago internacionales. Las relaciones económicas internacionales sufrieron un serio quebranto, desapareciendo el comercio multilateral y la libertad de pagos que habían sido característica del mundo, antes de la Primera Guerra Mundial.
Después de la Segunda Guerra la escasez de medios de pago siguió siendo uno de los principales problemas en las relaciones económicas internacionales. En los primeros años de la postguerra, la falta de liquidez revistió la forma de “escasez de dólares”, porque los Estados Unidos vinieron a ser prácticamente el único país con una economía pujante, ya que lejos de sufrir destrozos materiales por el conflicto, estuvieron en condiciones de fortalecer enormemente su capacidad productiva. Los demás países, beligerantes y no beligerantes, tuvieron que depender de los suministros de maquinaria, materias primas y aun alimentos, provenientes de los Estados Unidos. Para ello, todos necesitaban disponer de oro y de dólares (que eran tan buenos como el oro).
La escasez de medios de pagos en esta etapa, fue resuelta principalmente mediante grandes créditos obtenidos en los Estados Unidos, de grandes inversiones directas de las empresas norteamericanas en el mundo y con los crecientes gastos del gobierno de Estados Unidos en bases militares, en ejércitos de ocupación y de intervención y en “ayudas militares”. De esta suerte, el mundo se inundó de dólares. Los principales países acumularon cantidades importantes de dinero norteamericano, ya que la solidez de esa moneda era suficiente garantía de que en el momento deseado podría convertirse en oro, a razón de 35 dólares la onza. Los Estados Unidos disponían de 23 mil millones de dólares en oro, en 1957, o sea, casi las dos terceras partes de las existencias en oro de todos los países capitalistas.
La situación sufrió un cambio importante a partir de finales de la década de los años cincuenta. Por una parte, la mayoría de los países más desarrollados registraron una recuperación económica notable que les permitió no solamente dejar de depender de los suministros norteamericanos, sino disponer de fuertes excedentes para exportar. Por otra parte, los Estados Unidos, en su política de expansión económica mundial y de dominio militar y político, fueron aumentando a tal grado sus gastos e inversiones en el exterior, que los llevó a incurrir en enormes déficits en su Balanza de Pagos. Así en el periodo de 1958 a 1965 el déficit acumulado ascendió a 25 mil millones de dólares. Con la guerra de Vietnam la situación se ha tornado todavía más comprometida. El presupuesto del presente año fiscal, según publicaciones norteamericanas, arrojará un déficit de 29 mil millones de dólares lo que empeorará la situación en la Balanza de Pagos.
Con la abundancia de dólares en el mundo esa divisa ha ido perdiendo su capacidad como medio de pago internacional. Ya no es tan bueno como el oro. Como resultado de ello muchos países, particularmente Francia, han considerado conveniente convertir sus dólares en oro, y tal ha sido la demanda de oro por parte de los tenedores de dólares, que las reservas norteamericanas has descendido casi a la mitad del nivel que tenían en 1957. Y el problema continúa. Con esto, prácticamente el dólar ha dejado de ser un medio de pago internacional que pueda resolver el problema de la liquidez. Solamente queda el oro, como dinero de aceptación universal.
Pero el oro además de estar muy mal distribuido en el mundo, es a todas luces insuficiente para cubrir las necesidades de las transacciones mundiales. Las existencias de oro crecen a razón de un 1.5% cada año, en tanto que el comercio internacional aumenta a un ritmo de 6% anual. Por esta razón, los principales países capitalistas consideran que se hace necesario encontrar alguna formula salvadora que permita resolver el problema de la falta de liquidez internacional. Y esa parece ser la tarea que tratarán de cumplir en la reunión del Fondo Monetario Internacional en Río de Janeiro.
Existe una serie de “planes de reforma monetaria mundial” que intentan resolver el problema. Dichos planes van desde la revaluación del oro (plan francés), o la adopción de una unidad monetaria mundial, hasta la eliminación total de un patrón metálico y la adopción en su caso de un “patrón mercancía” integrado con un conjunto de productos de gran mercado internacional.
Cada uno de estos planes tiene méritos importantes, pero adolecen de fallas fundamentales, además de ser la mayoría de ellos de difícil aplicación. Así, el plan francés que consiste en aumentar el valor del oro al doble, para que de esa manera con la misma existencia actual de ese metal se pueda realizar un comercio mundial mucho mayor, presenta muy serios inconvenientes porque además de afectar de manera desigual a los distintos países (favorece especialmente a los productores de oro y a los que actualmente disponen de reservas amplias de ese metal) no resuelve el problema fundamental que es el de cómo obtener oro por parte de los países que no lo producen o que tienen escasas reservas. Estos países quedarán prácticamente en las mismas condiciones. Y entre ello se encuentra la mayoría de los países subdesarrollados.
La adopción de una moneda mundial es una quimera. Mientras el mundo este dividido en muchos países, con sus intereses y problemas propios no podrá haber una moneda de pago universal, excepto el oro, que ya lo es desde siglos. Una moneda de aceptación universal, por lo tanto, tendría que ser de oro o estaría ligada en alguna forma a ese metal. Si el dólar que es la moneda del país de economía más desarrollado del mundo no es de captación universal, como lo prueba la actual desconfianza hacia ella ¿qué moneda podría superarla? Ni la libra esterlina, ni el franco, ni el marco alemán, estarían en condiciones de realizar el milagro. Y una moneda nueva que no correspondiera a ningún país en particular ¿podría resolver el problema, en un mundo tan dividido y con tantos intereses encontrados? Por este camino no podrá resolverse el problema de la falta de liquidez internacional.
Un “patrón mercancía” tiene aun mayores inconvenientes, sobre todo de tipo práctico.
¿Un callejón sin salida?
Parece ser que el mundo capitalista se encuentra frente a un problema que no puede resolver. Y es que el problema de la falta de liquidez no es de tipo monetario. Es un fenómeno derivado de problemas del funcionamiento del propio sistema capitalista mundial. La quiebra de sistemas de pago mundial no es sino reflejo de las enormes dificultades que está registrando el capitalismo monopolista para seguir dominando en el mundo. No es una casualidad que la crisis se centre en el dólar y la libra esterlina, monedas que corresponden, la primera al país capitalista líder que afronta serias dificultades en su afán de dominio mundial, y la segunda a un país imperialista en franca decadencia.
Tampoco es una casualidad que los países subdesarrollados o dependientes sean los que más seriamente están sufriendo la falta de medios de pago, ya que son los que están siendo objeto de una intensa explotación por los monopolios imperialistas, que les pagan bajos precios por sus productos, les venden a precio de oro la maquinaria y demás suministros, someten a una explotación agotadora sus recursos naturales, dominan sus economías y causan enormes sangrías con los envíos de utilidades.
¿Podemos esperar que en la Reunión del Fondo Monetario Internacional se resuelvan estos problemas? Es pedirle peras al olmo. El FMI desde su fundación no ha sido más que un instrumento de países desarrollados, particularmente de los Estados Unidos para su política de expansión económica, tanto comercial como de inversiones y conste que no se trata de una opinión solamente de personas antiimperialistas, sino que está siendo externada de manera cada vez más abierta por círculos de países capitalistas, insospechables de parcialidad antinorteamericana. En este sentido remito al lector a la prestigiada revista El Economista, editada en Londres, que en su úlltimo número, del 22 de septiembre último, presenta una serie de casos en los que se hace evidente que el FMI sirve fielmente a los intereses de los Estados Unidos.
Desde el punto de vista de nuestros países, por lo tanto, el problema de la falta de liquidez internacional, sólo podrá ser resuelto con mejores precios para nuestras exportaciones, con la reducción de la sangría de utilidades enviadas al exterior, con el mejor uso de nuestros recursos, con un planificación democrática e independiente y con el mejoramiento del clima político mundial. Lo demás son problemas ajenos, que solamente desvían la atención de nuestros intereses básicos.¨