La justificación de Campillo Sáinz es endeble y ridícula.
¿Por qué el gobierno no se convirtió en comprador preferente? La industria del automóvil debe reorganizarse: de las nueve empresas que operan a la mitad de su capacidad con muy altos costos, deben reducirse cuando mucho a dos y eso basta.
Dos noticias relacionadas con la industria de automóviles merecen nuestro comentario de esta semana, por la importancia que revisten. Una es favorable, ya que se refiere a la decisión gubernamental de no autorizar aumentos en los precios de los nuevos modelos de 1972, y viene a tranquilizar un tanto a quienes tienen la capacidad de adquirirlos, pues tenían el temor de que se produjera un aumento de alrededor de 10 por ciento. El mantenimiento de los precios de los nuevos modelos evitará también que los coches usados suban de precio.
La otra información, en cambio, es de signo negativo y plantea una serie de cuestiones respecto a la política de mexicanización de la industria automovilística que venía aplicando el gobierno, ya que se ha producido un retroceso importante en esa materia: se trata de la desmexicanización de la empresa Fábricas Automex, productora de los coches Plymouth, Dodge y Valiant, por la venta del 20 por ciento de las acciones de esa empresa que efectuaron inversionistas mexicanos a favor de la Chrysler que se ha convertido en la accionista mayoritaria, pues ahora controla el 66 por ciento del capital de Fábricas Automex.
El asunto adquiere mayor significado por el hecho de que la operación se efectuó con la autorización del propio gobierno, según declaraciones del señor Campillo Sáinz, subsecretario de Industria y Comercio. Las razones expresadas por el alto funcionario para la autorización de la desmexicanización de Fábricas Automex fueron que la empresa venía reportando pérdidas en sus últimos ejercicios y que había que proteger a los inversionistas mexicanos contra dichas pérdidas.
Desmexicanizar no es el camino
Es muy endeble la justificación dada por el señor Subsecretario por diversidad de razones. En primer lugar, la operación no se realizó en efectivo, sino en la forma de un canje de acciones de Fábricas Automex por acciones de la Chrysler, empresa que a pesar de ser una de las “tres grandes” de los Estados Unidos —las otras dos son la General Motors y la Ford— se encuentra en serios problemas como lo prueba el hecho de que sus utilidades han ido reduciéndose al grado de que en 1970 (último para el que tenemos información) reportó pérdidas, de 5 millones de dólares. Es cierto que ahora algunos de nuestros inversionistas, particularmente el señor Gastón Azcárraga, se han convertido en accionistas de una empresa mundial, por lo pronto no tienen asegurados dividendos y sus intereses no quedan protegidos frente a la posibilidad de pérdidas.
En segundo lugar, tenemos la convicción de que transferir el control de una empresa a inversionistas extranjeros, como es el caso de Fábricas Automex, que con grandes dificultades se habían mexicanizado, no es el camino correcto ni de manera alguna constituía la única alternativa.
Reorganizar la industria, un imperativo
La industria de automóviles en México es un ejemplo muy claro de las deformaciones y vicios del proceso de desarrollo del país. Para un mercado reducido, existen nueve empresas, que es un número exagerado ya que en los Estados Unidos, con un mercado de más de 10 millones de automóviles nuevos cada año, operan solamente cuatro empresas: General Motors, Ford, Chrysler y American Motors; en Alemania Occidental, existen solamente cuatro: en Japón, siete, en Italia, tres, en Francia, cuatro.
La proliferación de empresas en México tiene una serie de consecuencias muy desfavorables. El mercado nacional se tiene que dividir entre las nuevas empresas, correspondiéndole a cada una cuotas necesariamente reducidas, lo que ocasiona un enorme desperdicio de instalaciones (de capital) que tienen que operar a mitad de su capacidad productiva. Esto significa que los costos por unidad son elevados y como consecuencia de ello, los precios de los vehículos resultan exageradamente elevados en comparación con los de otros países, con pocas excepciones.
Al lado de la proliferación de empresas, la industria de automóviles de México se encuentra fuertemente dominada por intereses extranjeros. La General Motors, la Ford, La Volkswagen, la Datsun y ahora las Fábricas Automex, están controladas por grandes empresas extranjeras; y en la de Vehículos Automotores Mexicanos hay participación de la American Motors. Esto, sin considerar las fuertes inversiones extranjeras que existen en la Industria Auxiliar Automotriz, ni el dominio que los intereses extranjeros tienen en actividades conexas, como la fabricación de llantas y lubricantes.
El dominio extranjero de la Industria de Automóviles y actividades conexas fue lo que llevó a la adopción de una política de mexicanización, tanto en la propiedad de las empresas como en los procesos de industrialización. De acuerdo con esa política se fortaleció a empresas como la Dina Renault, la Vamsa y se facilitó la iniciación de las operaciones de FANASA (Borgward), y se otorgaron una serie de franquicias para la fabricación en México de un creciente porcentaje de los componentes de las unidades.
Fábricas Automex fue una de las más beneficiadas con la ayuda del gobierno para que se mexicanizara y después de que se tuvo éxito en esa dirección, otorgándosele cuotas más elevadas para la producción de vehículos y mediante otras medidas de apoyo. Seguramente que los inversionistas mexicanos de Fábricas Automex derivaron importantes beneficios de la ayuda del gobierno, porque operaron en un mercado dinámico y además, con consumidores cautivos por las protecciones arancelarias que se establecieron. Si ahora reportan pérdidas, como se afirma, debemos pensar que algo ha andado mal en el manejo de la empresa. Se trata, según parece, a mala administración por lo que no se justifica que para proteger a esos inversionistas se dé un paso atrás en el proceso de mexicanización de industria tan importante.
El caso de Fábricas Automex plantea el imperativo de revisar a fondo la industria de automóviles, especialmente en lo que se hace a la existencia de tantas empresas y al control extranjero de las mismas. En nuestra opinión deberá procederse sobre todo a reducir el número de empresas a solamente dos, porque el mercado mexicano (y el extranjero que sea posible surtir) no hace aconsejable que opere un mayor número.
De las dos empresas una debe ser gubernamental para asegurar la verdadera mexicanización y precios razonables para el público. La otra, deberá ser una empresa privada de capital mixto, nacional y extranjero, con mayoría de capital mexicano. Con esta fórmula se puede asegurar una competencia saludable a favor del país y de los consumidores.
Consideramos que dos empresas pueden operar en forma eficiente, con un alto porcentaje de utilización de su capacidad, con lo que bajarán los costos y los precios. Se utilizará mejor el escaso capital disponible y se favorecerá a los consumidores y se evitarán las grandes remesas de utilidades que ahora efectúan las empresas extranjeras. Se liberará capital para otros fines, se retendrá una mayor proporción en el país y se liberarán con una mayor demanda.
Como se ve, existen alternativas mucho más positivas que las de enajenar industrias. ¿Se habrán hecho estas consideraciones las autoridades que apoyaron la cesión del Control de Fábricas Automex a favor de la Chrysler? ¿Estaremos en presencia de un viraje en la política de mexicanización? Los hechos nos lo dirán.♦