El mundo ha seguido con gran interés el desarrollo de las asambleas simultáneas de los gemelos financieros internacionales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BIRF) que se están llevando a cabo en la ciudad de Washington. Dicho interés se explica por la trascendencia de las cuestiones que se están planteando en esa reunión, que reflejan los problemas y preocupaciones de los distintos países que forman parte de ambas instituciones.
Como es bien conocido, el Banco Mundial y el Fondo se organizaron a finales de la Segunda Guerra Mundial con la finalidad de hacer frente a los grandes problemas que se prevía irían a surgir o a manifestarse con mayor urgencia, al terminar el conflicto armado. El Banco Mundial atendería las necesidades de la reconstrucción económica de los países afectados directamente por la guerra y se encargaría de dar un vigoroso apoyo financiero a los países llamados subdesarrollados para ayudarlos a superar sus condiciones de atraso económico. Por su parte, el Fondo Monetario Internacional tendría como metas el mantenimiento de la estabilidad de los tipos de cambio de las monedas de los países signatarios y de ayudar a éstos a asegurar el equilibrio de sus balanzas de pago, mediante el otorgamiento de créditos y otras medidas pertinentes.
En las condiciones presentes de la economía mundial de gran inestabilidad de los tipos de cambio (principalmente de las monedas de algunos países más importantes, como los Estados Unidos y el Reino Unido) de grandes desajustes de las balanzas de pagos de casi todos los países y de agudos problemas de financiamiento de los programas de desarrollo de los países en vías de desarrollo, se puede comprender el gran interés que todos los países han puesto en las asambleas de Washington, de las dos instituciones.
Los países débiles frente a los poderosos
Sin llegar a un verdadero enfrentamiento, en las asambleas del FMI y del Banco Mundial que están en marcha, se ha evidenciado la disparidad de intereses entre los países débiles, en vías de desarrollo, y los de alto nivel económico. Mientras que los primeros se preocupan fundamentalmente en el problema de la liquidez internacional y en las medidas tendientes a mantener el precio del oro y la hegemonía del dólar y la libra como monedas de reserva para el mundo occidental, los segundos han concentrado su atención al problema de los precios de las materias primas y del financiamiento exterior.
Las diferencias de estos planteamientos revelan las distintas problemáticas a que se enfrentan los dos grupos de países. Para los más desarrollados el problema más urgente y trascendental consiste en la estabilidad monetaria, en detener la especulación del oro y en mantener una estructura de los cambios mundiales que aseguren a las unidades monetarias de los países poderosos la preponderancia que han tenido a través de las últimas décadas. Para ellos, lo demás esta más o menos bien y debe mantenerse en lo esencial el estatu quo en las relaciones comerciales y financieras internacionales. Los problemas del desarrollo de sus economías no tienen el mismo carácter de urgencia que para los países en vías de desarrollo.
Para los países económicamente débiles, en cambio, el problema central es el de acelerar su desarrollo y el del financiamiento de dicho desarrollo. En este contexto, el problema de los precios de las materias primas adquiere una importancia fundamental. Por esa razón los países de América Latina, con la adición de Filipinas, han hecho un frente común en las asambleas de Washington para plantear la necesidad de que se llegue a alguna fórmula satisfactoria que asegure precios remunerativos para las materias primas y los productos alimenticios que constituyen el grueso de sus exportaciones. Asimismo, han planteado la necesidad de que los países industrializados eliminen las injustas limitaciones a los productos manufacturados de los países en estas limitaciones a la importación de los productos manufacturados procedentes de los países en vías de desarrollo. Finalmente, han demandado una más razonable política de créditos internacionales, que a la vez que elimine condiciones onerosas, tenga la amplitud que requiere el desarrollo acelerado de las economías de estos países.
Las demandas planteadas por los países en vías de desarrollo, además de ser justas, revelan las condiciones de inequidad y de dependencia que privan actualmente en las relaciones con los países capitalistas más desarrollados, que son en esencia una de las causas principales de la situación desventajosa en que se encuentran respecto a éstos.
Los precios de las materias primas que exportan los países en vías de desarrollo son fijados por los más adelantados y poderosos a su mejor conveniencia, y también lo son los de los productos manufacturados que los países industrializados venden a los más atrasados. De ello resulta que el intercambio no es equitativo, tornándose desventajoso para los países de menor desarrollo.
El intercambio comercial inequitativo tiene una serie de consecuencias desfavorables para los países económicamente débiles. En primer lugar, reduce la disponibilidad de divisas y su capacidad para adquirir en el exterior la maquinaria y equipos necesarios para acelerar su desarrollo. En segundo lugar, los obliga a recurrir a financiamientos externos en cuantías elevadas y en condiciones con frecuencia no satisfactorias. El resultado final es el del debilitamiento del ritmo de desarrollo y la agudización de la dependencia económica respecto el exterior.
Por estas razones, se comprende la preocupación de los países económicamente débiles por lograr condiciones más favorables para la venta de sus exportaciones de materias primas y alimentos, así como un mayor acceso a los mercados mundiales para las manufacturas (que son pocas, pero que van aumentando) que pueden producir y exportar.
Ahora bien ¿tendrán algún resultado positivo las demandas planteadas por los países débiles ante los poderosos? Tenemos que ser pesimistas en este sentido, ya que los voceros de los países más desarrollados lo más que han hecho ha sido reconocer que el problema existe y manifestar simpatías por su solución, pero han declarado abiertamente que no pueden dar seguridades de que se logre un acuerdo en tal sentido. En la propia asamblea de Washington el secretario del Tesoro norteamericano se colocó en esta posición, y en otras ocasiones ha hecho lo mismo hasta el Presidente de los Estados Unidos. De cualquier forma, constituye un paso adelante que los países económicamente débiles fortalezcan su unidad en la lucha frente a los poderosos por lograr relaciones más equitativas en los intercambios comerciales y financieros.
Fomento para la producción... de píldoras anticonceptivas
En las juntas de Washington la nota más espectacular la dio el presidente del Banco Mundial, y no precisamente por haber anunciado que en los próximos 5 años se duplicarían los créditos de esa institución, sino por los propósitos de dicho funcionario de canalizar una proporción importante a la planificación familiar, es decir, para la producción de píldoras y otros medios de control de la natalidad.
El pronunciamiento del señor McNamara, presidente del Banco Mundial ha causado extrañeza y una reacción generalizada de reprobación. Se comenta, entre otras cosas, que parece ser que el Sr. McNamara cree todavía que está en el pentágono y no en la dirección del Banco Mundial. Que olvida que la misión del Banco Mundial es fomentar el desarrollo económico con créditos a la producción, de acuerdo con lo que los países deseen, y no con lo que determine una corriente política que no sólo es ajena sino contraria a los intereses de los pueblos del mundo. Ya en otras ocasiones lo hemos dicho, el problema de la explosión demográfica no existe como tal, porque a su debido tiempo, cada nuevo habitante de este planeta será capaz de producir mucho más de lo que requiere para vivir y superarse. Que el problema consiste más bien en organizar adecuadamente el aparato productivo y de reparto de lo producido.
Por otra parte, no es aceptable que el Banco Mundial determine el uso que se debe dar a los créditos que otorga el Baco Mundial, 6ya que dicho banco no es una institución particular ni del Sr. McNamara ni de los Estados Unidos, sino de todos los países que han suscrito su capital. En este sentido, la unidad de los países en vías de desarrollo debe servir para imprimirle al Banco Mundial, y al FMI, el derrotero que deben tener: servir a los intereses de los países asociados. En este sentido habrá mucho por hacer, como lo muestran los planes del señor McNamara y las líneas generales que han formado las actividades de esas dos instituciones.♦