II
Hong Kong, octubre 30, 1970.
El alto ritmo de desarrollo de la economía japonesa no es una cosa nueva, es un proceso que se viene realizando desde la segunda mitad del siglo pasado, cuando tuvo lugar la llamada Revolución Meiji. En efecto, desde 1868 en que el emperador Meiji logró destruir el sistema feudal imperante, el Japón se proyectó hacia la formación de una sociedad capitalista de tipo industrial, con el objetivo muy concreto de “construir un país rico con un ejército poderoso” para hacerle frente a la amenaza de dominación de parte de las grandes potencias que, por medio de la fuerza, le habían impuesto Tratados comerciales desfavorables: (Estados Unidos e Inglaterra en 1854 y Rusia y Holanda en 1955).
Los esfuerzos y energías de la Nación, que entonces contaba con 35 millones de habitantes, se orientaron en esa dirección. El gobierno Meiji se convirtió en el motor del desarrollo económico. Movilizando los recursos internos del país especialmente a través del impuesto sobre la renta (que gravitó fuertemente sobre los campesinos) y mediante la emisión de moneda de papel inconvertible, procedió a elevar la productividad agrícola y a instalar empresas industriales con equipo y tecnología importada de los países industrializados. El capital extranjero utilizado fue insignificante, pues solamente se dispuso de 3.4 millones de libras esterlinas, para la construcción de ferrocarriles principalmente.
El Estado importó de Inglaterra maquinaria textil para producir telas de algodón, estableciendo trece grandes fábricas manejadas por el propio gobierno. También se instalaron plantas para la producción de telas de seda, algunas de ellas con una nómina de más de 200 trabajadores. Estos esfuerzos gubernamentales iniciaron la industria textil japonesa que habría de ser uno de los puntales más importantes en la industrialización y desarrollo del país. También instaló muchas otras empresas en otros ramos.
Las inversiones del Estado no tenían otro propósito que impulsar la industrialización, por lo que años después de haber establecido las plantas industriales se procedió en 1880 a vendérselas a inversionistas privados en condiciones muy favorables para estos: a crédito, pagaderas hasta en 50 años, sin intereses, y a precios castigados. En esta forma se privatizaron 52 industrias, 10 minas, 51 barcos mercantes y tres astilleros.
Tiene mucha importancia señalar que los beneficiarios de estas ventas de empresas gubernamentales fueron hombres de negocios con relaciones políticas muy estrechas con el gobierno tales como Mitsui, Mitsubishi, Furukawa, Asano, Kuhara y otros más, que en esa forma se convirtieron en los grupos más poderosos del país, algunos de los cuales figuran entre los más destacados del Japón de Hoy.
El gobierno japonés puso mucho empeño también en desarrollar la industria militar y en formar un ejército moderno a la altura de los países más adelantados de la época. En este sentido se dio un gran impulso a la industria del hierro y del acero, a la fabricación de equipo militar, y a la construcción de barcos de guerra. Esto favoreció el desarrollo de la industria pesada, paralelamente al desarrollo de la industria ligera, especialmente la textil, como indicamos anteriormente. En la formación del ejército la influencia predominante fue la alemana que en la época gozaba de gran prestigio mundial por la victoria que había logrado el Canciller Bismarck sobre los ejércitos de Napoleón III.
De esta manera se realizó el primer impulso de la industrialización del Japón, con grandes éxitos; tantos, que para finales del siglo ya lograba figurar entre los países más importantes del mundo por su desarrollo. En esta forma también, dada la orientación militarista del Japón, se había preparado la escena para la participación de este país en conflictos armados en el exterior. En 1894-95 tuvo lugar la guerra Chino-Japonesa y en 1904-1905 la Ruso-Japonesa, habiendo resultado vencedor en ambas.
El éxito alcanzado por el Japón en las dos guerras anteriores le proporcionó grandes rendimientos. Por una parte, obtuvo el control de algunos territorios importantes como Corea, Formosa y Sakhalin del Sur, ampliando sus disponibilidades de materias primas, alimentos y mercados, y por la otra, la guerra sirvió de poderoso estímulo para el desarrollo económico, especialmente el industrial.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial el Japón figuraba entre los países de desarrollo más acelerado. Tomado el período de 1860 a 1913 la tasa de desarrollo fue del 4.1% en promedio anual, que sólo fue superado por los Estados Unidos con una tasa del 4.3% durante el mismo lapso.
La participación en la Primera Guerra Mundial al lado de los Aliados y luego la guerra de agresión a China que le permitió el dominio de Manchuria, fueron de nuevo factores que sumados a la fuerte expansión del comercio exterior, aceleraron el desarrollo económico del Japón, que en esta época alcanzó la tasa más alta del mundo, ya que llegó al 4.5% en promedio anual en el periodo de 1913 a 1938; los Estados Unidos apenas alcanzaron el 2%, Alemania el 1.3%, Francia el 1.1% e Inglaterra el 1.0%. En estos últimos países la baja tasa de crecimiento refleja el efecto de la Gran Crisis del 1929-1932, fenómeno que casi no afectó al Japón debido a su expansión en Asia y al armamentismo.
La postguerra. Visto en esta perspectiva, el alto desarrollo que ha alcanzado la economía japonesa en las dos últimas décadas, se puede considerar principalmente como la continuación de un proceso que viene operando de mucho tiempo atrás, desde hace un siglo. Algunos factores que lo han hecho posible ya existían y han continuado operando, aunque hay elementos que han venido a sumar su acción.
Economistas japoneses y algunos de otras nacionalidades, lo consideran así, y opinan que en el fuerte crecimiento de la economía japonesa en la postguerra han concurrido los siguientes factores:
En la etapa de la reconstrucción (1946-1951) que corresponde a la ocupación norteamericana, los principales factores que permitieron el rápido proceso de recuperación fueron los mismos que habían concurrido en el desarrollo anterior: mano de obra abundante, capaz y barata, considerable nivel técnico, fuerte intervención gubernamental para estimular la actividad económica y la influencia de la guerra (la de Corea en este caso). También se considera que contribuyó a la rápida recuperación la ayuda norteamericana especialmente en alimentos (de 1945 a 1948 los alimentos importados de EE.UU. representaron el 70% de las importaciones totales del Japón), y el estímulo económico derivado de los gastos militares norteamericanos durante la ocupación y sobre todo durante la guerra de agresión a Corea.
De nuevo el Estado fue el motor del crecimiento. A través de instituciones de crédito especializadas otorgó créditos muy favorables para el desarrollo industrial que en sólo dos años alcanzaron la suma de 132 millones de libras esterlinas. Estos créditos se dirigieron a renglones básicos y tales como el carbón (36%), la energía eléctrica (17%) y la construcción de barcos (9.6%). Además el gobierno otorgó subsidios, y aplicó una política selectiva de utilización de recursos a favor de actividades básicas. Esa política tuvo gran éxito particularmente cuando estalló la guerra de Corea la que constituyó un poderoso estímulo para la economía japonesa. A estos factores habría que agregar el hecho de que durante ese periodo los gastos militares del Japón fueron insignificantes (la Constitución de 1946 estableció como norma del país consagrarse a lograr los altos ideales de Paz y de un orden democrático en el gobierno y en la Sociedad), lo que permitió al país dedicarse a la construcción de la economía sin distraer recursos para fines militares. Debemos señalar, en este sentido, que en 1940 el Japón destinaba el 64% del presupuesto del Gobierno Central y de los gobierno locales a fines bélicos; esto un año antes de Pearl Harbor.
Una vez alcanzado el nivel de la preguerra, la economía japonesa estuvo en condiciones de seguir el impulso secular que la había caracterizado. Después de un breve periodo de desarrollo más o menos lento, comenzó a tomar celeridad a partir de 1956, al efectuarse grandes inversiones para lograr la rápida modernización de la industria y ponerla en condiciones competitivas con las de los países más avanzados. Durante esta etapa se produjo en el Japón una verdadera revolución tecnológica, principalmente con la utilización de tecnología importada. Las grandes inversiones pudieron realizarse por la fuerte acumulación de capital del sector empresarial, gracias a los salarios relativamente bajos y a las altas utilidades, y por el decidido apoyo gubernamental a favor del sector privado.
Es de particular interés destacar que en el “milagro japonés” el capital extranjero no ha tenido significación por su escasa cuantía: menos de 400 millones de dólares de 1946 a 1968.
El crecimiento de la economía japonesa tuvo un fuerte apoyo en el comercio exterior, tanto por el lado de las exportaciones que ascendieron verticalmente, como de las importaciones que permitieron el aprovisionamiento de las materias primas indispensables de las que Japón es grandemente deficitario. La demanda interior ha sido otro factor de gran importancia, pues 100 millones de habitantes, con ingresos crecientes, constituyen una base para la producción industrial del país.
La agricultura también ha hecho una importante contribución por el aumento de la productividad, así como las actividades pesqueras que se han desarrollado notablemente. Finalmente, los reducidos gastos militares han sido un factor que ha contribuido en medida importante al mayor crecimiento de la economía japonesa, aunque se observa una tendencia a aumentar las sumas destinadas a estos propósitos.
De esta manera, en 1970 el Japón se ha colocado en el tercer lugar entre las grandes potencias industriales del mundo capitalista, con la más alta tasa de crecimiento, con una industria moderna y con un comercio exterior de grandes proporciones.
Ahora bien, ¿el crecimiento de la economía japonesa se apoya en bases firmes que le permitan continuar con celeridad en el futuro previsible o serán que pierda su dinamismo? De ello nos ocuparemos en el siguiente artículo, pero podemos anticipar que en nuestra opinión la economía del Japón es altamente vulnerable y que es muy probable que en un futuro próximo entre en dificultades serias que pueden obstaculizar su desarrollo, comprometiendo la continuación del “Milagro Japonés”.♦